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25 febrero 2022

145 - Nos miramos como un pacto: Kika y Yo

 






Ella sabe que algo me pasa.
Gime y hace como que me ataca;
Retrocede y gruñe; toca mi tibia con su nariz
y me mira.
Sabe que estoy triste y se me sube a la pierna.
Nos miramos.
Nos compadecemos.
Y sentimos la soledad de cada uno.
Hay una especie de abandono sufrido.
- Nadie lo aceptaría, como pasa con las evidencias -
Se pasea por encima de mi con sus patitas livianas,
mientras parece que llora como un bebé.
No sabe qué hacer y yo tampoco.
Espera que le diga algo.
Pero, callo.
Y debo retirar la cara porque
intenta lamerme la barbilla.
Espera que le arroje su hueso de juguete
y lo deja junto a mi pie.
Me mira.
Vuelve a pasearse y va a la puerta del patio
a rascar el cristal para que le abra.
Se sube a mis piernas y me lame la mano.
Creo que le pondré el arnés y
saldremos juntos a la calle para que olfatee
su territorio próximo y se distraiga.
No sé si pensará,
y si piensa...lo que pensará.
Al menos, caminaremos
como el burro en la noria
con los ojos del entendimiento, vendados
por un tiempo.

© GatoFénix


144 - Un soplo que te desbarata.

 



La pérdida y el abandono es difícil de contar.
Va más allá del tiempo.
Una triste semipompa viajando sobre la superficie,
como media burbuja pendiente de explotar
a la mínima incidencia.
Por eso a estas horas no tengo palabras.
Busco en los silencios algún signo...
Pero sólo veo imágenes vivas, en movimiento,
cosidas a un tiempo inolvidable:
Ya inexistente.
Parecen pensamientos formando una esfera
como el fruto del diente de león.
Cogidos por el centro, conformando
una felicidad tan bella como frágil;
temiendo un soplo que todo lo desbarate.
Temiendo lo desconocido, previsible y , tal vez,
inevitable.
Curioso verme a mi dentro de ese tiempo: lleno,
ocupado, sonriendo como si fuera un río.
Aparentemente, quieto hasta que ves que se mueve
al abrazar los juncos con sus aros de agua.

Y me escucho contento contando un cuento,
mientras huelo que flota en el ambiente,
el vapor del baño de tu hijo
con el olor a piel seca y esponjosa
mezclada con la colonia de limón y miel,
a sábanas blancas de algodón y queso tierno.
Ya digo: Una esfera de diente de león.
Por eso, a estas horas, te desvelan los recuerdos
y te pillan escribiendo porque el paso inexorable de las cosas
nos llevan con ellas en un sinsentido
y al silencio.

Cada vez, observas, que las conversaciones se alejan
del amor y del alma, que ya han enterrado y no existe;
y se barnizan pensamientos con inteligentes conceptos,
observen la ironía, para que todos juntos
puedan llenar la mente, pero que todos juntos
no valen, un beso en silencio en la cabeza de tu hijo:
- Buenas noches. Que descanse bien. Duerme con los angelitos,
mientras te tapaban y te apretaban por las corvas
para que no hubiera aire que te enfriara.
Y mientras sonreías, apoyado en la almohada
cogiendo el embozo de la cama con las manos
junto a la barbilla...y te embarcabas.
Casi notabas cómo se desprendía de la orilla
y empezaba a sumergirse en el mar del sueño.
Lo vives con él y, como todas las noches,
renace la despedida de siempre.

Verdaderamente qué poco sabemos.
Nos vomitan las pantallas, que nos acosan y nos embasuran
en la racionalidad más rentable y se lucran con nuestro esfuerzo
vendiendo el progreso, la modernidad como religión
del pensamiento único y verdadero.
Así, lejos de nosotros, vemos cómo, si pensamos,
todo lo que importa se va yendo, y aunque lo sepamos,
no podemos ni decir por qué.
Y si no sabemos "el por qué" de las cosas importantes
¿Qué más da, las otras?

La felicidad podría ser la flor de la planta diente de león:
Esférica, bella, perfecta y frágil;
que se rompe y vuela con un soplo
y desaparece.
Un soplo que te desbarata.

© GatoFénix








143 - Una rúbrica en el mar.

 





Esperar mirando cómo emerge el Sol
de las profundidades del Mediterráneo.
Vuelve a dejarme ahíto conteniendo la respiración.

Primero, es como una pavesa de candil,
cálido y suave hasta lanzar su penacho
contra las nubes de café capuchino;
es la enorme ceja de Polifemo
madrugando en su cueva, sobre el Sol.
Lo acompañan los chapoteos de las olas
que se elevan hasta la terraza de mis oídos,
allí donde me encuentro de vigía, mi hotel RH en Gandía.
Hace frío, en pijama, todavía el doce de marzo,
pero, aún así, merece la pena estar.
Es una presencia total ante el agujero del tiempo;
la puerta que nos hace vernos frente al espejo,
de nosotros mismos como pasando
a otra dimensión uniendo los tiempos
dejándonos como si nos hubiera petrificado el momento,
sin las arrugas de los recuerdos,
como en un eterno presente.
Somos el mismo niño que se asomó a este momento
en cada momento de la vida, que los de tierra adentro,
nos hemos desplazado hasta los bordes de España
en los cuatro Puntos Cardinales no tantas veces,
y en los que, subidos a alguna loma o en la llanura de la Meseta,
hemos visto el ventanuco del Sol Naciente;
Esa gatera insondable por donde parece que escapamos completamente,
dejándonos chamuscados los pelos, en sus jambas y dinteles flambeados.
Aquí en la playa de Gandía acompañado del majestuoso movimiento de las olas
que levantan espumas de nieve en polvo como trazos de un Snowboard
sobre el azul Prusia que baila, en etapas con la gama de azules, turquesa y cian,
rizándose en algunos añiles para formar una colcha de lana y seda maravillosa.
Sabemos que es nuestra cuna y nuestra último lecho
cuando se nos pare el tiempo.
Es un majestuoso reloj que nos marca los días,
sin prisa pero sin pausa, inexorablemente.
Estamos frente a frente, amaneciendo juntos;
El sol al ritmo suave del tambor del corazón,
apenas respiramos,
casi no nos atrevemos a pensar por si acertamos a pensar
cuán efímero es el momento;
Y somos por un instante conscientes
que nosotros también pasamos
y al fin...
nos vamos
y apenas dejamos...
una rúbrica en el mar:
lo que somos.

© GatoFénix

Parece que interesa.

355 - El que tenga ojos para ver... "Auroras Boreales Realmente".

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