Esperar no tiene color.
Esperar como un gato tras una reja.
Nos enseña a esperar.
No tiene prisa;
respira tranquilo,
como sabiendo que no hay nada que saber.
Que todo surge y luego pasa
y no debemos alterarnos porque...
todo son imprevistos.
Puedes mirar alrededor, o fijamente,
como el "minino",
pero, tan desde dentro, que casi te vuelves del revés.
Sólo respirar y confiar.
También como un niño de la mano del Padre.
En ese momento no piensa...
sólo siente sus pasos
y el amor que todo lo impregna...
como ese humo juguetón de la varita de incienso
que parece que rueda sobre las superficies,
y hasta pasa debajo de los puntos de un jersey de lana,
para luego emerger y rodar por todo el antebrazo,
dudando si va hacia arriba y sube,
o se extiende por el suelo hasta desmigarse.
Todo es una espera.
Momentos que no son nada
y sin embargo nos prueban;
y como una "piedra de toque"
nos dan los kilates de nuestro amor.
El amor, muchas veces, es
ese humo revoltoso y juguetón;
otras, la harina que se escapa de la mano
entre los dedos...
dejando un paño blanco en la piel
como si fuera que nos queda
su ausencia.
Esperar...
nos da la medida de nuestra impotencia.
Nos mide cuánta mente y cuánto corazón tenemos...
y en el tiempo de prueba: tenso y desafinado...
Gana siempre la verdad.
La única verdad del alma.
Y el corazón se estruja a sí mismo
y deja caer hasta la última gota de amor
como si fuera
el mejor abrazo nunca recibido
hasta la fecha.
Una música celeste
de donde el amor viene:
familia y amigos del alma mía...
como tú.
© GatoFénix