Cuando, insomnes,
el sudario de los recuerdos
nos cubre, en el lecho,
unas cuantas cabezadas de la luna, al cabo,
dan con nuestros huesos en el vacío.
Si aspiramos el vacío,
conscientes del absurdo,
venimos al amor de la lumbre del presente...
y dormimos.
Cuando dormimos,
estamos en el momento de soñar
y vivimos realmente
lo soñado.
Si bebemos lo soñado,
nos emponzoñamos,
nos nutrimos o nos embriagamos
con todos los brebajes y licores
atesorados en nuestra bodega.
Incontadas batallas
Cuando mi cuerpo y yo
andábamos dormidos,
acoplaste tu cuerpo
tras del mío.
Noté que se me entornaba,
el alma cubierta de rocío,
y el hielo del orgullo se fundía...
Giré la cabeza:
leve, lenta y calma,
para encontrar tus labios.
Volví mi cuerpo todo, al punto,
para sentir el alma de tus huesos.
Debía ser muy tarde...
o muy temprano.
Debía ser la hora... cuando
vinieron a encontrarnos nuestras manos.
A cada paso: seda y jazmín,
latido de la vida amaneciente.
Más que un despertar,
aurora boreal de la última caída.
Noche, apenas noche.
No pueden
desvelarse los misterios del capricho.
Torpe de aquel que lo intentare.
Si no vienen palabras cuando
la mente se funde con el cuerpo...
y danza...
Sólo el silencio y el calor;
la frente perlada de sudor y...
un telepático: Te quiero.
Es.
Es, el infinito efímero
de nuestro inconfesado amor.
© GatoFénix.