La soledad: ese ataúd
Me dijo al verme mudo y triste en el sillón:
- "No estés así"
Contesté, apenas molestando, al silencio:
- No puedo estar de otra manera.
- Si nosotras te queremos.
- (...)
Ya no dije nada más y respiré un poco,
hundido en mis intuiciones.
Vino un pensamiento: "Mi cuerpo no nota eso"
Ahora,
al recordarlo,
se me llenan los ojos de lágrimas.
Siento que brota ese venero en alguna parte del cuerpo;
alguna parte muy profunda, de mi cuerpo.
La sensación es confusa para describirla pero es
como si viniera de los juanetes de los pies...
pasara por las pantorrillas;
subiera por por la espalda;
se expandiera por los hombros; y, de ahí,
me cubriera la cabeza y frente,
las orejas ardiendo,
una capucha de tristeza.
Ahora sé que es pánico.
Es de un tejido talar, franciscano,
más propio de la arpillera de un saco de patatas.
Tiene la frialdad húmeda de las tierras oscuras.
Tan profunda es la pena a veces.
"La soledad compartida es un ataúd sin acolchar"
Tosca madera de pino.
Ya no dije más esta tarde-noche.
A su abrigo, mis ojos entornados y vidriosos
me vieron capotando; como tomando una curva a izquierdas,
en una recta.
Esa pirueta absurda, garabato en el aire,
ese trazo del que Dios me agració,
que es capaz de hablar al interior del ser
como un destello de síntesis de una verdad
que impacta como una luz intensa fugaz
y a la vez permanente, de un mensaje misterioso.
No tenía nada que decir.
Pasa cuando nuestras "estructuras profundas"
no son las mismas.
A veces la apariencia de la urdimbre es la misma,
pero el hilo con el que se ha tejido es de naturaleza diferente.
No es posible comunicarse.
Ver con antelación no evita ese dolor.
Las cosas andan por ahí con vida propia
y todo es propicio, en estos tiempos,
para este desastre.
No se admite la verdad porque
cada vez te dirán que estás equivocado.
Son tiempos de mentiras que venden como verdad.
Si dices que "los hilos" que valoras son los que cumplen
los diez mandamientos, se burlarán de ti.
Lo dicen los argumentarios del descaro.
Y con esos mimbres: estos cestos.
Cestos que no pasarían la SHARP de los cascos homologados.
Nadie piensa que nuestra cabeza tiene gran valor.
Se fían de la propaganda para adquirir su urdimbre
y así andamos los que pensamos
que no hay que escatimar en verdades para protegernos.
Si estás descalificado, por la sanción social,
no te molestes en avanzar.
Cada palabra, sin abogado defensor delante, puede ser
utilizada en tu contra siguiendo el argumentario.
Sin posibilidad de réplica.
Mejor el silencio, aunque tampoco creas que tanto,
que hasta el silencio anda tipificado, y no muy bien,
en los argumentarios de la perversidad.
Poner palabras a lo cruel, es para mi un arduo trabajo,
como si fuera mi misión de vida,
para dar voz a las víctimas silenciosas.
© GatoFénix
¡Qué vergüenza y ridículo!
Desde el Hotel
El corazón en el cielo. Curiosa señal, aquella mañana.
Eran mis Ángeles con su amor infinito.