Fotos en B/N del Sísifo interior. Publicado el 23-05-2011
Vino el poema a la hora de la siesta
y me pilló sin ganas ni papel.
Caía cada verso en mi frente,
como caen los pétalos de una rosa pasada,
pero, en ese momento, enmarañado
en la modorra calurienta,
no tenía ni hoja, ni pluma, ni pulso
para hacerlos surgir de la superficie blanca
inmersos en la cubeta reveladora
de los recuerdos dormidos tanto tiempo.
Ahora enhiesto a la luz de la vida
en la hora del té, pie a tierra,
viene el color de la areola de un pecho
y Sísifo subiendo la colina;
cada cual con la suya y
su propia piedra.
Discuto en mi interior sobre qué palabra usar,
sin llegar al desvelo y eso me trae
el vellocino de oro,
el hilo de Ariadna y palabras
del resto del texto
construido antes del sueño.
.
La areola deja de ser nebulosa
y se hace palabra adjetivada
con lo que alcanza la inmortalidad.
Decimos en nuestro engaño:
“Cualquier tiempo pasado fue mejor”
e ignoramos que cualquier tiempo pasado
fue. Y punto.
Sólo eso: fue; y es irrepetible.
Ya, no es.
Ahora es un concepto cargado de adjetivos
sin olor ni textura real, pero a la vez,
tan intenso que no puede superarlo
el engaño de lo que ahora ves.
Cosas misteriosas de la memoria
que andan estudiando gente sesuda,
mucho tiempo, para luego hacer ordenadores
y cosas así que nos absorben
el tiempo.
Como Sísifo,
el que no separa el grano de la paja,
vuelve a subir el mayodelsesentayocho,
a la espalda una vez más,
en la colina eterna del tiempo, para dejar,
la esfera en el fulcro, para ver como rueda,
ladera abajo, la primavera de Praga,
la revolución de los claveles,
el mayo francés, eco de la revolución,
con su guillotina,
Robespierre y su madre,
Rousseau y Piaget,
la guerra de Vietnam, y el mil novecientos
diecisiete,
el once ese y el eme y este quince reciente y
viejo
como la conclusión de un ciclo vacío
lleno de aire y de mentira,
tan real como el hambre misma
y la penuria de cuerpo y mente,
ya que de alma ni hablemos
no seamos descalificados.
Cualquier tiempo pasado…
emerge en el líquido de la cubeta,
como una foto en blanco y negro,
en el cuarto oscuro de la racionalidad
irracional,
al margen del Ser, a la luz de una lámpara roja,
como no podía ser de otra forma,
mientras observamos en la penumbra, cómo
aparecen
las cosas, hasta su punto de gris e
inmediatamente,
con la pinza, cogemos aquella imagen…
y la fijamos.
Después de lavarla, la pegamos en un espejo
de cara a sí misma,
de espaldas a la realidad
hasta que se abarquilla y se desprende
cayendo como un cromo
(¿no habéis oído eso de cambiar cromos?)
de nuestros juegos infantiles
a la hora del recreo.
La areola, fresas con nata,
de un pecho femenino, turgente, níveo,
seda y pétalo de rosa, con tacto de agua tibia,
cristal de gelatina,
emerge de la realidad experiencial
para ser concepto y palabra
que alcanza la intemporalidad.
Ser consciente de que el rojo
preside el proceso, en la cámara oscura de la
vida,
es importante;
Salir a tiempo de la cubeta, también lo es;
como saber que para fijar las cosas en su punto,
requiere sumergirse en agua con ácido acético,
un tiempo
y después, bautizarse en agua clara
para abandonar el pelo de la dehesa,
y ser otro, no el mismo
aunque sí el de siempre.
Agua y vinagre como la esponja del centurión
a Jesucristo en el Gólgota, antes del
“Consumatum est”
© GatoFénix