Cuando la ventolera nos arremolina como hoy
lo único bueno que encontramos es
que las hojas caídas de los árboles se convierten en mariposas.
Hacen todo tipo de cabriolas a ras de suelo y a media altura,
para volver, hechas un ovillo de colores dorados,
en un rescoldo de una puerta.
Nosotros, a nuestra vez,
vamos caminando despacio, luchando con la ventisca,
y hasta una gorra de paño en la cabeza, de la que echamos en falta
unas orejeras, nos hemos calzado, porque se nos hielan las ideas.
Pensamos en el tiempo cambiante estacional y miramos el cielo
en el que viajan unas nubes de blanco brillante en un azul escandaloso,
que sobrepasamos con la mirada,y nos vemos desde ahí,
enormemente pequeños.
Hace falta situarnos en nuestro corazón y alejarnos de la mente
porque ella nos separa de lo Real en aras de crearnos una Realidad
que podamos comprender, abarcar y ponerle palabras para contarlas
o incluso para poderlas pensar con nuestra cabeza de chorlito
que en este campo no da para más.
Llegados al corazón, que ya es un avance, todo lo anterior,
queda en agua de borrajas y nos sumergimos en un mundo
parecido al de unos pajaritos gordezuelos, gorriones canaleros,
que picotean algunas cosas en el suelo todos,
hermanados como una peña, incomprensiblemente encantadores
y con una simpatía que nos hace esbozar una sonrisa.
Todo esto en un pequeño paseo zarandeado por algo invisible
pero contundente que nos impide llevar la linea recta en los pasos.
a casi un metro se levantan el vuelo de los gorriones como una pandilla
de jóvenes que ni piensan donde van pero siempre llegan a algún sitio.
Al cabo de unas horas todo amaina.
Todo lo que hay es lo mismo, pero diferente.
¡Hay que ver cómo cambia un vendaval las cosas¡
Esto nos ayuda a comprender que lo de dentro, es igual que lo de fuera.
Y que hay cosas que parece que cambian totalmente y...
luego era un vendaval.
Una ventolera.