Los almendros floreciendo entre árboles de pistachos.
Me acuerdo que, mi abuelo Crescencio, el padre de mi madre,
tenía un campo con cien almendros.
Vivía en un pueblo de Cuenca que se llama Motilla del Palancar.
Tuve ocasión en mi adolescencia de estar allí unos días, pero
no recuerdo haber visitado el campo de almendros al que me refiero.
Sin embargo era algo que me hubiera gustado ver...
Luego ya ni sé qué fue de sus bienes y pertenencias,
barrunto que su yerno se lo vendería para cuando se fueron a Madrid.
Esta mañana, por los alrededores de casa, salí a desperezarme de la noche.
En la que una pesadilla, con gran discusión y dolor, me despertó.
Era algo muy real: Estaba mi madre, que ya hace años que trascendió,
y sin embargo allí estaba, y yo diciendo verdades a otra persona
que sin embargo nunca dije a nadie ni a la misma persona.
Sólo recuerdo el dolor al soltar aquel discurso; mi madre dijo que si se iba,
le dije que no, que se quedara.
Y aquel discurso que era recibido con displicencia.
Pero asumiendo que era cierto.
Lo tenía bien presente y salí a caminar por el campo.
Pisaba la tierra mullida y con piedras, como la vida misma.
Y lo quise ver y fotografiar para vosotros, porque veáis...
que el almendro está florecido.
Era un reclamo en el centro de todos los árboles de pistachos.
Todos alrededor contemplando con asombro la belleza de su compañero.
No había envidia en ellos, no son humanos, era asombro de lo bello.
Me miraron como un pistacho más o me contagié de ellos
y por eso no tenía nada de envidia, y sí, mucho asombro.
Pero me gustaron todos. Cada uno en su sitio,
Siguiendo su sabiduría, con las hojas a punto de salir
por todos sus brazos,
Caminé entre ellos y luego salí de su territorio hacia la ciudad.
Y me prometí volver mañana